A nuestro personaje vamos a llamarle Aníbal, en su país es uno de los hombres de confianza en un ministerio del gobierno nacional. No importa que el presidente cambie el ministro de esa área, a él nunca lo mueven de su cargo. Su historia es fascinante:
“Cuando llegué a trabajar al gobierno empecé en una oficina en mi ciudad que atendía los reclamos de los usuarios de servicios públicos. Esa dependencia era una locura. Yo había estudiado leyes y acababa de terminar una especialización en administración pública, de manera que conseguí ese empleo sin ninguna influencia política, meramente por calificación profesional y, hoy lo sé bien, porque Dios me llevó allí con un propósito.
La costumbre en mi país siempre ha sido que la gente logre un cargo en el gobierno por recomendación de un jefe político. No importa si eres bueno o no, si tienes un padrino político, te consigues el trabajo. Y eso sí, de tu sueldo te sacan una tajada grande para el directorio político, porque esa es una especie de comisión que pagas toda la vida, es el aceite de la maquinaria que se ha montado por años.
Así que cuando llegué aquí casi me muero del susto. Las oficinas abrían a las ocho de la mañana para atender al público que estaba haciendo fila desde las cinco. Eran las tres de la tarde y todavía seguían las largas filas. Diariamente nos enviaban ocho policías para controlar a la gente que venía enojada a hacer reclamos y que se ponía peor por la mala atención que se le daba.
A las cinco de la tarde que cerrábamos el local quedaba casi destruido: vómitos de niño en el piso, vulgaridades escritas en las paredes, los baños averiados, las sillas rotas y restos de comida y basura por todas partes. Y para rematar, los empleados bajo mi cargo eran pésimos, pero ganaban más que yo, porque eran recomendados de un político y porque recibían sobornos para agilizar los trámites.
Pero no los podía despedir, eran intocables, primero me botaban a mí que a ellos. Quise salir corriendo, pero leyendo la Biblia, en un tiempo de oración y búsqueda de la voluntad de Dios, concluí que él me decía algo así como: ‘Te he puesto allí como sal de la tierra y si no eres sal, entonces sal de allí. Y no creas que ministerio es sólo el que haces en la iglesia. En Romanos 13 puedes ver que los funcionarios son ministros míos y yo les pediré cuentas de todos sus actos, así que ve y haz mi voluntad en este gobierno»… (Continuará mañana).
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.