¿No resulta contradictorio realizar una ceremonia religiosa para bendecir los revólveres con los cuales las fuerzas armadas van a matar a tantas personas? ¿Y si el que oficia el ritual es un representante del Dios de amor de la Biblia por qué se presta para ello?
Al contestar esta inquietud tengamos en mente a miles de fervorosos cristianos que están prestando un servicio a la patria y a la comunidad bien sea como simples agentes de policía, o como soldados rasos, o como generales.
Recuerdo haber llegado en una ocasión al aeropuerto de Lima, Perú, para dar unas conferencias y llevarme la sorpresa de ver a un alto oficial de la policía esperándome con un cartel en el que estaba escrito mi nombre. Me acerqué y le dije que yo era la persona que él esperaba.
Ya en el trayecto hacia el hotel el oficial me contó que cuando él era teniente escuchaba en su auto patrullero mis programas de radio y que Dios había tocado su corazón a tal punto que buscó una iglesia donde congregarse y formarse teológicamente.
Con el paso de los años escaló varios grados como oficial y también como obrero cristiano de manera que ya era un pastor ordenado y continuaba activo en su carrera policial. Al enterarse que llegaría al Perú a un evento pidió a los organizadores que le permitieran ir por mí al aeropuerto para conocerme y contarme su testimonio. Fue por él que supe de muchos militares y policías que sirven a Dios y a sus comunidades en varios países del mundo.
Pero ahora volvamos a la pregunta inicial y respondamos de acuerdo a lo que enseña la Biblia. Sí, Dios es un Dios de amor, y el primer mandamiento para todo cristiano es amar, aún a los enemigos. ¿Deben entonces los policías y militares que se hacen cristianos renunciar a sus cargos? No necesariamente.
Juan el Bautista jamás le pidió eso a los soldados romanos para bautizarlos. Tampoco se lo pidió Jesús al centurión al cual le sanó un criado. Y Pedro no se lo exigió a Cornelio, el centurión, para ser bautizado por el Espíritu Santo.
El apóstol Pablo, escribiéndole a los cristianos de Roma, la capital imperial y cuartel central de las tropas, les dice que obedezcan a las autoridades que obran con justicia, porque son servidoras de Dios para nuestro bien y no en vano llevan la espada.
Así es que no bendecimos al revolver, sino al portador, para que Dios le ayude a impartir justicia y a comunicar vida y no muerte.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.