(Job 31:1).
Job, conocido como el santo sufriente, es el personaje que da título al primer libro de la Biblia en escribirse, aproximadamente en el 1900 a.d.C. En su época este patriarca llegó a ser considerado tan rico y tan justo que Dios debió salvarlo de los peligros del orgullo y la autosuficiencia. Y lo logró, permitiéndole al mismo diablo que lo hiciera pasar por severas pruebas, las cuales también lo enriquecieron mucho más.
En lo espiritual, Job llegó a conocer personalmente a Dios, de quien sabía sólo de oídas, y a recibirlo como su Señor y Salvador, reconociendo que su propia justificación por obras era insuficiente para salvarse y que por ello necesitaba la justificación de Dios. Y en lo material, llegó a tener el doble de bienes que tenía antes, además de una hermosa familia y larga vida.
De este Job también podemos aprender un secreto para mantener la integridad en materia de pureza sexual: hacer pacto con los ojos. Job en el capítulo 31 versículo uno de su texto menciona que hizo un pacto con sus ojos, el cual consistía en negarles hacer miradas codiciosas o lujuriosas a chicas jóvenes y atractivas.
Este Job debería de darnos unas muy buenas conferencias hoy en día a todas las mujeres y hombres que nos enfrentamos al bombardeo constante de imágenes sensuales. Pues si él tuvo que hacer un pacto con sus ojos en una época en el oriente donde poco se veían mujeres en la calle y las pocas que se veían estaban más tapadas que una lata de sardinas, qué podremos decir nosotros. Pues en nuestro caso nos chocamos con escenas de hombres y mujeres semidesnudos y altamente atractivos en las imágenes de la televisión y el cine. También con fotos provocadoras en las vallas de la calle, en los kioscos del periódico, en internet, en las paredes de los talleres del zapatero y el mecánico y hasta en los revisteros de la caja del supermercado.
Es inevitable, no hay manera de escapar. Hombres y mujeres somos víctimas de la sobre estimulación. Y no se nos presentan hombres y mujeres normales, sino modelos perfectos en sus facciones, curvas y músculos. Algunas señoras en el shopping necesitan hasta chuzar con la uña o pellizcar para ver si lo que tienen en frente es un maniquí o un ser humano con músculos de verdad.
Y es aquí donde Job tendría que decirnos: “Puedes mirar, y hasta admirar, pero no codiciar”.
Un consejero moderno lo expresaba de esta manera:
“Si mi cuerpo reacciona químicamente ante el estímulo, si siento gratificación, o si las fantasías comienzan a asomarse y me hago una película en la mente, entonces huyo o perezco. Porque soy cristiano, no un gay, ni un santurrón, ni un ciego, ni un hipócrita”.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.