Termina un año y llega el momento de hacer balance, de valorar qué fue lo bueno y qué fue lo malo que nos dejaron estos 12 meses vividos. Pero ese balance debe hacerse con “balance”, es decir, con justicia, sin caer en los extremos. No debemos irnos ni al polo de la derrota ni al polo del triunfalismo, ni al exceso del terrible pesimismo ni al borde del injustificado optimismo. Tampoco tropezar con la insatisfacción abúlica o el extremo opuesto de la permisiva complacencia. Y menos descender a la exageración de la crítica malsana o treparnos al borde de la aprobación exitista.
Conviene entonces, como decíamos ayer, hacer una retrospección y considerar las cosas buenas que nos quedan. Posiblemente hemos aprendido cosas nuevas, pues aún con los errores hemos ganado experiencia. Hemos llegado con vida hasta hoy. Nuestra salud es buena. Disfrutamos de la familia. Conservamos el empleo. No nos ha faltado el alimento. Pagamos deudas. Hicimos nuevos amigos, etc.
También dentro de esa mirada hacia atrás podemos incluir los saldos negativos, los negocios mal hechos, las relaciones de amistad que se fracturaron, los proyectos que ni siquiera despegaron, las deudas impagas, las visitas no realizadas, los correos no escritos, las palabras tiernas no pronunciadas, las críticas dañinas que hicimos, las obras de misericordia no realizadas y las oraciones no elevadas. Luego de la retrospección hay que hacer una introspección, que es el mirarnos hacia adentro. Y como somos obras en construcción, debemos diferenciar las cosas buenas que pudimos acometer y hacer de corazón, de aquellas que hicimos con mala actitud o que ni siquiera intentamos. Y también las cosas malas que no pudimos evitar pensar, decir y hacer, de las cosas malas que sí pudimos evitar. Son dos áreas de análisis diferentes, por un lado el bien que hicimos y el que no hicimos. Y por el otro, el mal que hicimos y el que no hicimos. Y es que la única forma de seguir mejorando es comprometiéndonos con la erradicación de lo negativo y el cultivo de lo positivo en nuestras vidas.
Pero estas dos tareas hay que hacerlas con esfuerzos diarios, aunque sean pequeños. Hay que perseverar en el debilitamiento de nuestras tendencias malignas y en el fortalecimiento de nuestras tendencias nobles. Y ello se logra al ocuparnos en sanas disciplinas tales como el deporte, el estudio, la meditación, la oración, la lectura bíblica y las sanas conversaciones. También con el exponernos a factores influyentes como la música, la lectura, la radio, el cine y las páginas de internet que aporten valores. Y claro, por encima de todo esto, desarrollando una dependencia cada vez más estrecha de Dios, pues sin Él nada somos y nada podemos. El Señor debe conservarse siempre en el centro de nuestra voluntad. Ya es sabido que cuando el hombre se las da de autosuficiente, cae indefectiblemente. Mas cuando reconoce sus debilidades y acude a Dios, entonces se hace fuerte.
De la prospección y la proyección, por razones de espacio, no hay más que agregar a lo expuesto en el día anterior.
Y ahora, cerremos este año tomándonos un tiempo a solas para orar a Dios Padre. Y hagamos la oración agradeciendo al Señor por lo bueno, pidiendo perdón por lo malo y solicitando su ayuda para perseverar en mejorar nuestras vidas haciendo lo que es justo, santo y recto delante de sus ojos.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.